Del mismo modo que la magia de las leyendas artúricas crea un nexo entre el pasado pagano y la cultura cristiana, venciendo la segunda pero perviviendo ecos de la primera, la historia sobre la concepción y nacimiento de Arturo simbolizan, de manera muy clara y potente, la destrucción de cualquier manifestación matriarcal y de los aspectos de la cultura celta en los que las mujeres eran reinas y sabias también.
En las más antiguas versiones la madre de Arturo
es reina y conoce la magia,
pero a medida que avanzan los siglos,
su historia se tiñe de tropos míticos de clara raíz patriarcal. De hecho, ella, aunque conozca la magia, nunca aparecerá usándola.
Su padre es el rey Uther Pendragon
y el niño nace fruto de una violación.
El rey Uther conoció a la esposa del duque de Cornualles y la deseó por su belleza.
No le importó que ella estuviera felizmente casada, tuviera varias hijas y ninguna intención
de traicionar a su marido.
Con la ayuda del mago Merlín Uther se presentó en el castillo de Tintagel,
donde ella espera a su esposo, que estaba guerreando para defenderla.
El rey tomó el aspecto del marido y pasó la noche con ella, que de nada se dio cuenta. Su esposo el duque murió y ella, al final, accedió a ser la esposa del rey que había causado la ruina de su hogar.
El destino lo justifica todo. Ella es usada, engañada, violada y ve morir a su marido, para que el nuevo la posea
y no solo eso, sino que, cuando nace su hijo en Tintagel, el mago MerlÍn espera escondido en una cueva
para robar al niño y criarlo según sus planes.
Nadie visibiliza la violencia sufrida por la reina.
Los hombres pueden cometer las mayores bajezas contra las mujeres si les mueve el deseo o su interés.
No hay culpa para ellos.